19.9.10

Ciudadela del Caos [Extracto]

Frederick Soddy, economista inglés, ganador del Premio Nobel en 1921, escribió en su obra Ciudadela del Caos el siguiente manifiesto:

El rasgo más siniestro y antisocial del dinero escriptural es que no tiene existencia. Los bancos deben al público una cantidad total de dinero que no existe. Comprando y vendiendo por medio de cheques, sólo se produce un cambio en el particular a quién el dinero es debido por el banco. Mientras la cuenta de un cliente es debitada, la de otro cliente es acreditada, y los bancos pueden continuar debiendo dicha cantidad indefinidamente. El beneficio de la emisión de dinero ha procurado el capital del gran negocio bancario según existe hoy. Habiendo empezado sin nada propio, los banqueros han puesto a todo el mundo en deuda con ellos, irremisiblemente mediante una trampa. Este dinero nace cada vez que los bancos "prestan" y desaparece cada vez que el préstamo les es devuelto. De manera que si la industria trata de pagar, el dinero de la nacion desaparece. Esto es lo que hace tan peligrosa a la prosperidad, ya que destruye el dinero justamente cuando mas necesario es, y precipita la crisis.

Para tratarse de principios del siglo XX vemos cómo este tipo de tesis aparecían una detrás de la otra y en muchos casos eran silenciadas por el poder ya establecido del Mass Media.

6.9.10

El sistema monetario mundial: El mayor cáncer de nuestra sociedad - I Parte

He aquí un magnífico extracto de una de las obras más importantes de esta década como referencia a las fuerzas ocultas que mueven el mundo, del bien y del mal, y de las cuales se nos hace demasiado evidente (para los que no necesitamos abrir los ojos con gatos hidráulicos) su papel preponderante en casi todos los aconteceres importantes desde la prehistoria hasta el terrorismo internacional de nuestros días.

Dicho extracto fue transcrito por mí y hace una referencia con mucha ficción y fantasía en fábula (?) sobre un determinado sistema monetario que nació de la manos y la mente de un orfebre en un enigmático pueblo para el supuesto bien y mejoría social, en el que cualquier parecido con la realidad podría ser sólo coincidencia.

Le dejo al lector el libre albedrío de tomarlo de la forma que quiera, pero eso sí, que le dé espacio a la reflexión y no se cohíba, al igual como muchos, de buscar alternativas verdaderas a éste tan particular caso.

La siguiente es una adaptación hecha por al autor de la obra, resumida para el caso y puede conseguirse bajo el nombre de I want the earth plus 5% en Internet.


Las aventuras de Rufus


Rufus vive en un mundo poblado por tribus, cada una de las cuales cuenta con un gobierno simple elegido por democracia directa: a mano alzada por el resto de sus vecinos. Es un lugar primitivo, ya que todavía se utiliza el trueque sencillo como relación comercial. Cada persona está especializada en un oficio o vive del pastoreo o la agricultura, y lo que le sobra lo intercambia el día de mercado con los sobrantes de otros. Lo malo del sistema es que no está muy claro el valor de las cosas -¿una vaca vale dos sacos de trigo o tres?- y, además, no es rara la ocasión en la que la persona no encuentra a nadie quien le interese su sobrante o tal vez ella misma la que no encuentra sobrante ajeno que le convenga. En tal caso, debe volver a casa con un producto que tal vez se estropee o deteriore hasta el siguiente día de mercado. Rufus es orfebre y trabaja metales preciosos. Un día aprovecha una de esas jornadas especiales en las que se reúne toda su comunidad para proponer a sus vecinos la solución que se le ha ocurrido para resolver los problemas comerciales. Su sistema es el dinero. Él podría transformar el oro en pequeñas piezas iguales: un número limitado de monedas con un valor concreto, cuyo uso facilitaría el intercambio de productor y mejoraría la vida de todos. Surgen dudas, como cuando uno de los vecinos preguntó qué ocurriría si alguien descubriera una mina de oro y confeccionara monedas por su cuenta, ya que aumentaría su propia riqueza de manera ilegal. Rufus responde que para evitar situaciones de este tipo, el gobierno diseñará un sello que estampará en cada una de las monedas y que guardará bajo 7 llaves en su caja fuerte bajo su propia responsabilidad y con la ayuda de algunos guerreros del gobierno. Uno por uno contesta todos los interrogantes y al final convence a todos para poner en marcha su plan.

Entonces se presenta otro obstáculo: ¿cuántas monedas debe tener cada miembro de la comunidad? El albañil exige ser quien más reciba porque para eso construye las casas donde viven, pero el agricultor dice que él tiene más derechos porque cultiva las plantas y el grano que les dan de comer. El pastor interviene para pedir aún más que los otros porque sus animales no sólo producen comida sino también piel y lana para confeccionar vestidos y telas. El guerrero brama que quiere más que todos ellos juntos porque si él no los defiende, serán atacados y morirán en manos de los guerreros de la tribu vecina. Con tono moderado, Rufus interrumpe la discusión y propone que cada cual pida el número que desee, que él las fabricará todas, ya que ha calculado que existe suficiente oro para ello. El único límite a la hora de pedir prestado será la necesidad de devolver anualmente la cantidad de dinero solicitada. A cambio del servicio que ofrece a la comunidad fabricando el dinero y prestándolo, Rufussólo pide un salario del 5 por ciento: por cada 100 monedas que entregue a alguien, ese alguien tendrá que devolverle al año siguiente 105. Esas cinco monedas por cada cien será su modesto pago, su «interés». A todo el mundo le parece un salario justo y, en consecuencia, recibe luz verde. Sin embargo, esas cinco monedas arruinaron el mundo, porque no podrían ser devueltas jamás. Y en seguida veremos por qué.

El siguiente paso de Rufus fue pedir al gobierno que diseñara su sello y que interviniera y acaparara todo el oro de la comunidad ---junto con el resto de los metales preciosos que pudieran usarse para piezas de menor valor--- a fin de controlar la cantidad inicial que sería fragmentada en monedas. Luego trabajó día y noche hasta que acuñó todas las solicitadas por los vecinos. Cuando terminó, el gobierno comprobó que había cumplido con lo prometido y comenzó el préstamo de monedas. Al principio todo funcionó de maravilla. La gente compraba y vendía como si fuera un juego, disfrutando de la sencillez de un sistema que por vez primera permitió regular el precio de las cosas, entendiendo como tal la cantidad de trabajo que se necesitaba para producir un artículo concreto: a más trabajo, mayor precio y más monedas había que entregar a cambio. Por ejemplo, el único pastelero de la tribu vendía sus deliciosos pasteles a un precio elevado porque nadie más tenía sus conocimientos sobre dulces ni el horno necesario para prepararlos ni su paciencia infinita para decorarlos con tanta gracia. Pero un día otro hombre empezó a hacer pasteles también y los ofreció por menos monedas para conseguir su propia clientela. El primer pastelero se vio obligado a rebajar su precio para no perder negocio. Y se produjo un fenómeno desconocido hasta entonces: la libre competencia. A partir de ese momento, ambos pasteleros, y los que llegaron más tarde, tuvieron que esforzarse para dar la mejor calidad al precio más bajo. Lo mismo ocurrió con el resto de profesiones: todos trabajaron como nunca en beneficio de los demás. Sin impuestos, sin licencias ni aranceles de ningún tipo, la calidad de vida de la comunidad mejoró de forma espectacular y hasta se generó un movimiento ciudadano que planteaba construir una estatua en honor a Rufus por su maravilloso invento.

Pasó un año y el orfebre visitó a todos los vecinos de la comunidad para cobrarles su parte del negocio, sus 5 monedas por cada 100. Unos habían prosperado de forma extraordinaria y tenían monedas de sobra respecto a las recibidas originalmente: pagaron con gusto y después volvieron a pedir prestada una nueva cantidad para utilizar durante el ejercicio siguiente, convencidas de que conseguirían nuevas ganancias. Pero el hecho de que algunas personas tuvieran más monedas significaba lógicamente que otras tenían menos, ya que la cantidad de piezas en circulación era limitada. Así que Rufus se encontró con gente que, por falta de esfuerzo, de ingenio o de fortuna, había perdido dinero aquellos doce meses. Gente que, por primera vez, descubría lo que significaba esa palabra horrible asociada al interés: deuda. La comunidad estaba compuesta por gente sencilla y honesta que no rehuía su responsabilidad, por lo que aquellos que no tenían dinero para pagar se deshicieron en excusas y se comprometieron a abonárselo a Rufus en un año más. De paso también siguieron pidiendo prestado para vivir. Él lo aceptó, previa firma de una hipoteca sobre algunos de sus bienes: una casa, un terreno, algo de ganado... «Si no me pagas el año que viene, tendré que quedarme con ello para compensar», decía, ante la avergonzada y ansiosa mirada del deudor.

Transcurrió otro año, en el que la inocencia original se había perdido porque todos eran conscientes de que necesitaban ganar lo suficiente como para devolver el 5 por 100 del dinero adelantado y vivir con sus cuentas saneadas, sin comprender que el dinero que se les exigiría al final de ejercicio en realidad no existiría físicamente ni existiría nunca: alguien tendría que perderlo para generarlo. Pues aunque en un momento todo el mundo reembolsara toas las monedas en curso a Rufus, aún seguirían faltando las cinco monedas extras por cada cien, el interés, que jamás fueron prestadas porque jamás fueron fabricadas. Una vez puesto en marcha el sistema, siempre habría alguien endeudado. Al final del segundo ejercicio, Rufus pudo ejecutar algunas de las hipotecas de los que no habían logrado equilibrar el debe y el haber. Y todos los vecinos entendían que lo hiciera: era justo que cobrara por su trabajo, después de todo. A medida que fueron pasando los años, vio cómo aumentaba su patrimonio gradualmente y se frotó las manos satisfecho: pronto podría dedicarse a vivir de las rentas.


La fábula no termina aquí. Ése es sólo el origen del interés. Más adelante, la historia se amplía y se complica poco a poco hasta alumbrar cierto mundo que, aun siendo siendo pura ficción, posiblemente nos termine resultado muy familiar. Continuaremos con ella en la segunda parte.